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Aprender a crecer, aprender a crear

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El libro que han escrito a dos manos (a tres, mejor, como luego veremos) José Antonio Marina y Álvaro Pombo no es es un manual ni un libro de autoayuda. La creatividad literaria (Ariel, Barcelona, 2013) no enseña técnicas ni trucos para escribir mejor o de más sorprendente manera; es, a su modo, un libro de filosofía. Detrás hay una concepción del hombre y de la realidad que José Antonio Marina ha explicitado en varias de sus obras y que está detrás de las novelas de Álvaro Pombo: “Somos seres híbridos y vivimos a la vez en la realidad fisioquímica y en la realidad interpretada, generada por la experiencia en general, y por la experiencia literaria en particular. Vivimos en los significados que damos a las cosas. La realidad está ahí, resistiéndome, pero yo la humanizo revistiéndola de sentido”. La naturaleza humana es “inevitablemente creadora e inevitablemente utópica”, por eso la creación literaria resulta consustancial a ella.
            Pero el adjetivo empleado –literaria–  quizá resulte algo confuso. José Antonio Marina y Álvaro Pombo no lo emplean para referirse solo a la literatura. La experiencia literaria de la que ellos hablan “no solo es anterior a la diferencia en géneros, sino incluso a la separación entre lenguajes científicos y no científicos. Las matemáticas son un lenguaje, y la física, y la filosofía, y la poesía, y la narrativa, y la autobiografía, y el periodismo. Todos ellos son modos de interpretar la realidad para que alguien la entienda o la sienta o la cambie”.
            En la base de esta concepción está Heidegger, muy citado, y está también Ortega, de quien Marina toma su apuesta por la pedagogía y por la claridad. La creatividad literaria, aunque no trate solo de literatura, intenta ser, antes que nada, literatura. Una parte del libro está escrito en forma de diálogo entre los dos autores y el resto queda a cargo, como en las novelas tradicionales, de un narrador omnisciente que, copiando el comienzo de Moby-Dick (“Call me Ishmael”) pide que le llamemos Ismael.
            A Marina y a Pombo les separan tantas cosas como les unen, y por eso su diálogo resulta tan enriquecedor. Los dos nacieron en 1939, fueron compañeros de estudios, publicaron sus primeros escritos en las mismas revistas. Los dos se interesaron por la filosofía, tuvieron un largo periodo de laboriosa oscuridad, para triunfar luego en campos distintos: el ensayismo, la novela.
            Las referencias autobiográficas (referidas siempre a la biografía intelectual) llenan buena parte de las páginas de La creatividad literaria, y no las menos valiosas. Álvaro Pombo comenzó su trayectoria como poeta y, a pesar de que el éxito le vino como prolífico narrador, sigue considerándose como tal. Y sin duda lo es, en el sentido amplio del término, pero no en el más restringido: la poesía en verso de Álvaro Pombo tiene escaso interés y las continuas referencias a ella lastran un tanto el volumen (véase, al respecto, el inane comentario de un verso no menos inane: “la luna resbala sobre la superficie continua de las piedras amigables”).
            La ebriedad y la vaguedad poéticas, que tanto gustan a Pombo, le resultan bastante ajenas a Marina, que prefiere la racionalidad y la lucidez al “desarreglo de los sentidos” que preconizaba Rimbaud: “Tal vez por mi profesión de educador, siempre me ha irritado esta idea de Rimbaud, que forma parte de una ideología, de una ‘concepción patológica de la creatividad literaria’. Si eres ‘normal’ no tienes nada que hacer”.
            Para José Antonio Marina, buena parte de la poesía moderna, la que se inicia con Baudelaire, ha confundido lo “anormal estadístico” con lo “anormal patológico”: “Sin duda, un genio artístico es estadísticamente anormal. Y también lo es un campeón olímpico. Pero pasar de ahí a un elogio creativo de la locura, o de las drogas, me parece un disparate”.
            No importa que no estemos de acuerdo con alguna que otra de las ideas (o de las ocurrencias) de estos dos amenos interlocutores. Siempre resulta útil escucharlos, siempre nos hacen pensar, aunque sea a la contra, que no es la manera menos provechosa.
            Hombres de su tiempo, que ya no es enteramente el nuestro, nos sorprende la frecuencia con que citan admirativamente a Umbral, un autor que deslumbró a buena parte de sus contemporáneos, pero del que ahora nos llegan más las sombras que las luces. Ninguna de las frases suyas que reproducen resulta particularmente brillante. Y nos hacen sonreír cuando ejemplifican con él al periodista “informativo, concienzudo, verdadero, riguroso” que además tiene un estilo inconfundible. ¿Riguroso Umbral? Vale como oxímoron, junto a los clásicos fuego helado o nieve ardiente.
            Nos sorprende también que, continuando la serie iniciada por Rilke con sus Cartas a un joven poeta y por Vargas Llosa con sus Cartas a un joven novelista, terminen el volumen con una “Carta a un joven escritor (de cualquier edad)” y no hagan ninguna referencia a las escritoras que no se sienten ya, diga lo que diga la gramática, aludidas por ese título ni por el “querido amigo” inicial.
            No somos plenamente humanos si no somos creativos, y la creatividad no es un don que unos tienen y otros no, sino una capacidad que para su pleno desarrollo necesita un adecuado entrenamiento. Este libro nos hace consciente de ello. No nos enseña a ser geniales, pero sí que depende fundamentalmente de nosotros el que lleguemos a ser lo mejor que podemos llegar a ser.

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