––¿Cuánto tiempo llevas hablando de libros? ¿Treinta, cuarenta años?
––El primer número de Jugar con fuego, la revista que yo escribía y dirigía en Avilés, es de 1975. Con regularidad, desde entonces.
––¿Y qué criterio sigues para hablar de un libro y no de otro?
––Ninguno demasiado claro. Siempre dudo entre un título y otro y, al final, casi siempre pienso que me he equivocado en la elección.
––¿Has leído estos libros que tienes sobre la mesa? ¿Por qué no has reseñado por ejemplo de Cada cual y lo extraño (Destino), la colección de cuentos de Felipe Benítez Reyes?
––Pues no sé por qué. Me parece que en sus doce relatos –uno por cada mes del año, en una especie de calendario– hay por lo menos media docena de obras maestras. Todos están escritos en primera persona, en todos hay toques de humor poético, desaforado y amargo. Pero no siempre la primera persona –que se utiliza en todos los casos– resulta la más adecuada. Disuena bastante en el más extenso, “El crucero y todo lo demás”. El protagonista habla como escribe el autor: “Comprobé que el verano nórdico es más una entelequia que otra cosa, un concepto bienintencionado que no sobrepasa el límite de la abstracción colectiva”. Hay una discordancia entre las descerebradas y descacharrantes peripecias del personaje y sus precisas observaciones o reflexiones. Habría sido mejor utilizar una tercera persona y diferenciar al protagonista del narrador. En los relatos más poéticos y de apariencia más autobiográfica es en los que funciona mejor esa primera persona. Yo destacaría “Su oro y su plata”, “El brigada ilustrado”. Pero hay otras historias espléndidas, bien humoradas o malhumoradas, a menudo punzantes y desasosegantes. A Felipe Benítez Reyes lo leo desde que publicó su primer libro, a finales de los setenta. Rara vez me ha defraudado.
––¿Rara vez? Entonces te ha defraudado algunas veces. ¿Podrías citar alguna?
––Cuando da la impresión de que todo es juguetería, cabrilleo, preciosismo. Algunos poemas y algunas prosas parece que no pasan de ejercicios de estilo. Y alguna novela acaba resultando una extenuante sesión de fuegos artificiales.
––Pues no parece que le admires tanto como dices.
––Si esa es tu impresión, es una falsa impresión.
––¿Y qué me dices de Un mundo aparte (Libros del Asteroide), de Gustaw Herling-Grudzinski?
––Que cuesta terminar esas memorias noveladas de su estancia durante 1940 y 1941 en un campo de trabajo soviético. De Gustaw Herling (en otros libros suyos aparece el apellido abreviado) conocía el Diario scritto di notte (Feltrinelli), una antología de sus diarios publicada en italiano (me parece que no se han traducido al español). Gustaw Herling, polaco, vivió durante la mayor parte de su vida en Nápoles y esa ciudad aparece con frecuencia en sus páginas. Hablando de una novela de Oscar Milosz escribe: “Los acontecimientos se desarrollan en Venecia, pero se cuentan en Nápoles. Es como si fuera un cuadro veneciano encerrado en un marco napolitano, y no solo desde el punto de vista de la composición. Nápoles, la quintaesencia de la materialidad, donde no existe nada que no pueda ser tocado con la mano. Venecia, la quintaesencia del sueño, donde a menudo todo parece el reflejo de un reflejo en una cadena infinita de espejos”. No gusta Herling del diario en exceso íntimo; prefiere ser cronista del mundo a serlo de su propia intimidad. Un mundo aparte fue minusvalorado durante años como una pieza propagandística de la guerra fría (Camus, que lo admiraba, no consiguió que fuera publicado en francés). Hoy no ponemos en duda su testimonio de la barbarie. Muchas obras se han publicado después en el mismo sentido. Herling fue uno de los primeros en desvelar el verdadero rostro del totalitarismo soviético. Un libro duro y espléndido, hay que respirar hondo varias veces para ser capaz de llegar al final. Menos ásperas, pero no menos lúcidas, resultan las páginas de su diario, una muy personal crónica de un tiempo sombrío en la que el cronista procura desaparecer o disimularse en una esquina. Afortunadamente no lo consigue del todo, y el lector lo agradece.
––De José Jiménez Lozano creo recordar que no hablas demasiado bien en alguna página tuya. ¿qué te parece El precio, la antología poética que ha preparado para Renacimiento tu amigo Enrique García-Máiquez?
––¿He hablado mal de Jiménez Lozano? Pues será por sus opiniones políticas que, como a todos, a veces le nublan la vista y le hacen escribir alguna tontería. Como poeta, me gusta mucho lo que tiene de poeta tardío y como no profesional. Me explico. A veces da la impresión de que sus poemas son improvisaciones escritas al correr de la pluma en el descanso de otros trabajos. Dan la impresión de que son poemas sin peinar, nada relamidos, con versos mal medidos, y eso les añade encanto. ¿Se puede escribir un poema menos poema que el titulado “Inventario”? Te lo leo: “Yo tenía un peón, de niño, / unas canicas, / un lacre rojo y una cuerda, / una sonrisa”. Una nadería, sin duda. Lo mismo que “Vuelo de Garza”: “La garza va hacia la laguna / con el claror del día, / silenciosa, rápida, esplendente. / La has visto, y es un don / precioso. Vives”. Pero cuánta magia en esas naderías. Una anécdota, un recuerdo, una rápida anotación, eso es la poesía de Jiménez Lozano. Sin aditamentos, sin barroquismos, sin sonsonetes. Y cuando acierta –y acierta a menudo– un mínimo, conmovedor, inolvidable milagro.
––Creo que no te interesa mucho la teoría de la literatura. ¿Qué hace aquí El conocimiento del escritor (Ediciones del subsuelo), de Jacques Bouveresse?
––No es un libro que abunde en vaguedades teóricas que lo mismo valen para un roto que para un descosido, que nada dicen de las obras concretas. Son capítulos breves con títulos tan sugestivos como “¿Se puede hablar de verdad en literatura?”, “Las iluminaciones del corazón: el amor y el dolor como medios de llegar al conocimiento” o “¿La literatura puede ser la verdadera vida?”. Cada capitulillo glosa las ideas al respecto de algún escritor o de algún filósofo. Se reiteran los nombres de Proust, Henry James, Musil, Wittgenstein y, sobre todo, Martha Nussbaum. Las apostillas de Bouveresse están llenas de sentido común y ponen en cuestión mucha de la palabrería presuntamente trascendental que circula por ahí a propósito de la literatura. Desenmascaran ciertas elucubraciones que a menudo, tras su abstrusa terminología, encubren una vaciedad o una obviedad.
––A propósito de vaguedades, ¿qué te parecen las de la fundación que publica la revista El Alambique, en la que participa tu amigo José Cereijo? Leo: “Son fines de la Fundación : Dignificar la poesía: ello requiere su consideración como objeto de belleza y sujeto de conducta”.
––Ya sabes lo que pienso yo de esa vacua grandilocuencia. Dignificar la poesía se traduce, en su caso, en publicar sin criterio ninguno un montón de poemas malos, regulares y alguno bueno que se difumina en el conjunto. Más interés tienen los homenajes que incluyen en cada número. En el último número se dedica a Ángel Campos Pámpano, un buen amigo, un gran traductor de Pessoa y de otros autores portugueses, un incansable activista literario y un poeta algo distante de mis gustos. Menos críticas que amicales y circunstanciales estas páginas, conmovedoras como las fotografías familiares que las acompañan. Con Ángel Campos estuve en Lisboa poco antes de su inesperada muerte. La sección que Luis Valdesueiro dedica al aforismo se encuentra, como siempre, entre lo más valioso de la revista. En esta entrega los aforistas son un clásico, Chamfort, y un contemporáneo, Juan Varo Zafra. De Chamfort me quedo con: “No se es un hombre de talento por tener muchas ideas, lo mismo que no se es un buen general por tener muchos soldados”. Y de Juan Varo Zafra: “El sapo solo tiene conciencia de ser sapo después de besar a la princesa”.
––Veo aquí una edición ilustrada de El fogonero (Cálamo), de Franz Kafka. No había oído hablar de esa obra.
––Seguramente la has leído como el primer capítulo de la novela inconclusa América, pero hace cien años se publicó independientemente. Y leída así adquiere otro sentido. La llegada en barco a Nueva York, el encuentro con el fogonero, todas esas peripecias a la vez realistas y con la lógica de los sueños, tienen una rara capacidad de seducción, sabemos que son símbolo de algo, pero no acertamos a adivinar de qué. Quizá del misterio de estar vivo. Otra manera de releer a Kafka.
––Hace poco hablabas de la nueva edición de la antología de poesía china publicada por Guojian Chen en Cátedra. Veo que tienes aquí otra de Wang Huaizu, Antología de 300 poemas de la dinastía Song (Shanghai Foreign Language Educations Press). ¿Añade algo a la anterior?
––Hombre, no tiene nada que ver. Aquella antologa los tres mil años de poesía china, esta se limita a una sola dinastía. Los setenta y siete poemas antologados y traducidos por Guojiam Chen se convierten ahora en trescientos, y no siempre hay coincidencia. En ambos casos, se trata de excelentes conocedores de la poesía china que han vivido largas temporadas en España y dominan perfectamente el español. No sé si a la literalidad de sus traducciones habrá algún reparo que oponerles, probablemente no. Pero el lector español nota a cada paso que quien traduce no es un hablante nativo. Wang Huaizu contó con la ayuda de Chen Xiaozhen en la revisión, pero habría necesitado una última mano de un poeta español. Claro que tenía una mala experiencia al respecto. “Una pequeña parte de esta antología –leemos en el prólogo– se publicó en 2008 en Madrid, incluida en la Antología poética de las dinastías Tang y Song,obra que, sin razón alguna, destaca el nombre de Alfredo Gómez Gil como autor único en la portada”. Sospecho que más de un poeta actual va a saquear este libro para ofrecernos sus propias versiones de algunos maravillosos poemas hasta ahora inéditos en español. Tanteo yo una de un poema de Qin Guan:
Apoyándome en mi bastón he salido
a tomar el aire bajo los sauces.
Sentado junto al puente, bajo la luna llena,
escucho las sirenas de los barcos
mientras me llega con la brisa
el aroma de las flores de loto.
Esperemos que quienes hagan sus propias versiones no se olviden de citar el trabajo previo del profesor Wang Huaizu, que fue nada menos que intérprete de Mao.
––Pues deberías predicar con el ejemplo. En tus varias antologías de la poesía universal casi siempre te olvidas de citar al benemérito trujimán intermedio.
––Debería.
––¿Y qué hace aquí todos estos periódicos? Ya sé, por tu diario, que nada te gusta más que leer periódicos viejos.
––Los encontré esta misma tarde en la librería de Valdés. Son unos ejemplares de ABCcorrespondientes a febrero de 1948. La mayoría de los poemas y las novelas envejecen más rápidamente que estas páginas destinadas a durar solo un día. Como se dice del cerdo, en ellas se aprovecha todo. No solo los artículos de la famosa tercera página. Azorín colabora en casi todos los números. “En la España profunda” se titula el primer artículo que leo. Gerardo Diego habla de la escuela de Astorga, Pedro Laín Entralgo de Damaso Alonso, de la claridad y el misterio de su poesía, Wenceslao Fernández Flórez defiende la escritura a máquina frente a la escritura a mano con más humor que Javier Marías la máquina de escribir frente al ordenador.
–-Supongo que dará razones menos absurdas que las de Marías y callará la verdadera razón, que a uno le resulta más fácil hacer las cosas de la manera en que está acostumbrado que de otra nueva, aunque sea mejor, y que a cierta edad resulta difícil cambiar de costumbres.
–-Exacto. Pero no solo disfruto con los espléndidos articulistas de aquel tiempo. También con los corresponsales. En 1948 ya han aparecido en Nueva York las primeras emisiones de televisión y Carlos Sentís arremete contra el aparato, que va a acabar con la lectura (la tontería, como ves, viene de lejos). Julián Cortes Cavanillas nos habla de una imagen de la Virgen en Asís que milagrosamente se pone a bailar y de un mago napolitano que lo cura todo en un abrir y cerrar de ojos. Por esas fechas se abre la frontera hispano-francesa, cerrada desde 1946, y esa es noticia destacada en varios números. “Reparto de patatas” se titula un suelto en “Informaciones y noticias de Madrid”. Te lo leo: “Hoy se efectuará un suministro de este artículo a las cartillas del distrito de la Latina , cupones de patatas de las semanas 9 y 10, a razón de dos kilos por persona y 1,35 pesetas kilo”. La España profunda de Azorín y la mísera España de cada día. Mejor que cualquier novela, mejor que cualquier libro de historia, la inagotable caja de sorpresas, la máquina de viajar en el tiempo de un periódico de hace años. Y no nos olvidemos de los anuncios. Los de las películas de entonces, que todavía nos hacen soñar (“aviso”, se lee en la publicidad de La carta, de William Wyler, “procure ser puntual, en la primera escena de la película –audaz, temeraria, sorprendente– está la clave del drama”), o los de loa almacenes Sepu o Capitol con su Gran Venta del Duro: un espejo sobremesa, un duro; una corbata, un duro; una repisa de baño completa, un duro; un plumero, un duro…
–-Aquí veo un número que no parece del 48, habla de la guerra mundial.
–-Sí, es del 41, con su titular triunfalista: “Los voluntarios españoles, soldados de la civilización, combatientes del nuevo orden europeo, se cubren de gloria derrotando a las fuerzas soviéticas”. A mí me ha divertido el artículo de Miquelarena sobre lo fácil y aburrido que resultan los viajes en avión. “Tranvías en el aire” se titula. Cuántas tonterías escriben loa articulistas de antes y de ahora, cuántas generalizaciones abusivas. En los viajes en tren o en automóvil –afirma– se corren algunos riesgos, pero en avión no. Desayuna uno en Berlín, se sube al aparato, toma un aperitivo, se fuma varios puros, almuerza, hojea unas revistas y, cuando quiere darse cuenta, “se le echa en cara, sin más, el aeródromo de Barajas”. Sin más, dice el bueno de Miquelarena, y de su artículo se deduce que ese sin más es después de doce horas de vuelo y de haber hecho escala en Sttugart, Lyon, Marsella y Barcelona. ¡Vivan las licencias de la literatura! Los periódicos de hoy están llenos de Miquelarenas, en el peor sentido de la palabra. ¡Hay que ver lo que se escribe de Internet o de la decadencia de la ortografía!
–-Ya veo cuáles son los asuntos que ahora te interesan.
–-La verdad es que los libros de versos cada vez me aburren más. Acabaré leyendo solo a los grandes poetas y, de vez en cuando, a los pésimos poetas para reírme de ellos. Pero los simplemente correctos –la mayoría– harían mejor en dedicarse a otra cosa. La poesía o es gran poesía o es divertimento o sobra.
–-Pues deberías predicar con el ejemplo, como te dije antes.
–-Lo intento.