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Las mentiras de la verdad. Una conversación con José Luna Borge

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––En los últimos años se ha ido instalando entre nosotros cierto confusionismo acomodaticio en torno al género del diario íntimo y me parece que tú no eres ajeno a ello. Desde tu primera entrega, Días de 1989(1989), has publicado catorce tomos de diario, además de media docena de crónicas autobiográficas y viajeras que bien podrían considerarse como su natural complemento. Siguiendo el rastro de esos libros, vemos que la concepción y estructura del diario varía y evoluciona de tal forma que poco tienen que ver los primeros con los últimos. ¿A qué se debe este dinamismo? ¿Se trata de no aburrir al lector, de ir adaptando el diario al espíritu de los tiempos, o a un cierto prurito de pertinaz buscador insatisfecho que pretende encontrar nuevas vías y a un género un tanto burguesote y ensimismado?

––Si ha habido cambio, no ha sido deliberado, sino la natural evolución a lo largo de un cuarto de siglo. Si yo no soy el mismo que era en 1989, lo que ahora escribo tampoco puede ser igual a lo que escribía entonces. En lo fundamental creo que sigo entendiendo el género del diario íntimo de la misma manera.

 ––Puede que tengas razón. Como punto de partida, y para saber a qué atenernos, creo que deberías aclarar al lector cuál es tu idea de los diarios y cuál es tu propósito al escribirlos.
           
––Escribo diarios para que el tiempo, que todo lo borra, no me borre del todo. Diarios, y no memorias. La memoria falsea y reconstruye, se engaña a sí misma, tiene más de novelista que de historiador. El diario es la huella dactilar del escritor. El registro veraz de su rostro sucesivo.
           
––Desde hace unos cuantos años, las muestras de tu diario están íntimamente ligadas a la prensa. Se publican los domingos en La Nueva Españade Oviedo, con título genérico y entradas secundarias o subtítulos que, con acertada estrategia periodística, son un buen gancho para atraer al lector. Estos condicionantes, al igual que la periodicidad, de septiembre a junio, ¿no crees que pueden ser un handicap para la escritura diarística, que podrían llegar a frivolizarla un tanto en aras de un medio y un lector nada o poco habituado?

––No creo que los diarios íntimos, para ser de verdad íntimos, deben publicarse póstumos o en fecha alejada al momento en que fueron escritos. Desde el principio, en mi caso, la publicación ha ido muy cercana a la escritura. El primero se publicó en el mismo año, 1989, al que se refiere, tal como indica el título, y así procuré que ocurriera con los siguientes. Podrá haber gentes tan temerosas o tan educadas que no se atreven a decir lo que piensan mientras están vivos ellos o (como ocurre en el caso de Miguel d´Ors) aquellos de los que hablan. No es mi caso. De lo que no estoy tan seguro es de no corregir lo escrito si lo publicara muchos años después. Me temo que no podría resistir a la tentación del retoque para mejorar la imagen. Pero una vez publicados, los diarios no se pueden cambiar sin dejar constancia de ello. Y en cuanto a la publicación en La Nueva España, debo decirte que para mí fue un maravilloso azar que el director me pidiera ir publicando mi diario todas las semanas. La edición en libro se había ido retrasando, y con la crisis es posible que se retrasara cada vez más. La publicación inmediata me parece la mejor garantía de que son verdaderos diarios. De que lo que en ellos se cuenta es lo que de verdad pensaba en el momento de la anotación, sin retoques posteriores de acuerdo con las conveniencias. Y, por otra parte, resulta que es un género que le gusta mucho a los lectores del diario (la coincidencia del nombre me parece significativa). De hecho si se mantiene la publicación es gracias al interés de los lectores. Por eso la dirección del periódico permite que a veces critique al propio periódico, cosa no demasiado frecuente en ningún medio. Mi contrato con ellos va de año en año. Siempre me temo que no lo vayan a renovar. Pero el diario seguiría escribiéndose, y publicándose (primero en el blog, luego en el libro), aunque no apareciera en el periódico. Mis diarios no son una recopilación de colaboraciones periodísticas; el periódico sirve solo para ir anticipando una obra en marcha.

––A pesar de lo que dices, yo creo que la entrega semanal de un diario no es habitual en el género. Los títulos genéricos y subtítulos en entradas secundarias tampoco lo son. Entra dentro del estilo ameno de la crónica periodística (tampoco yo estoy de acuerdo en que para que un diario sea de verdad íntimo tenga que publicarse póstumamente)

––No es habitual quizá, pero tampoco infrecuente. Miguel Delibes publicó Un año de mi vida semanalmente en la revista Destino. Claro que, como él indica, sus anotaciones no son muy “íntimas”, pero eso va más con su carácter de escritor que con la forma de publicarlo. También Umbral fue anticipando sus diarios en la prensa. ¿Y no aparecieron también en la prensa, en todo o en parte, los de César González-Ruano antes de recogerse en volumen? Creo recordar que sí, pero no estoy muy seguro. En cualquier caso, hacer cosas no habituales en un género literario me parece que es algo bastante habitual en los últimos cien años. Y la búsqueda de la amenidad no creo que resulte exclusiva de la crónica periodística. El diario, tal como yo lo entiendo, es un género en el que cabe todo, salvo el aburrimiento.

––De la escritura reposada que supone todo diario, sin importar los días que pasen en blanco, a esa urgencia semanal en que los huecos en blanco están poco menos que proscritos, media un abismo: ¿Qué pierde y qué gana un diario ante este condicionante de partida?

––Pues yo creo más bien que el diario se caracteriza no por la escritura reposada sino por la rápida anotación al final del día. De ahí las inevitables correcciones gramaticales a la hora de publicarlo. Tiende uno, al menos en mi caso, a la elipsis y a las frases incompletas. Esas son las únicas correcciones que hago. Por otra parte, si cada persona es un mundo, ¿cómo no iba a serlo cada diarista? Para mí todos los días son distintos y están llenos de cosas que contar. Los días en blanco (que no faltan casi ninguna semana) suelen ser deliberados. Yo no tengo que esforzarme por escribir un diario: tengo que esforzarme, y mucho, para no escribirlo. Durante tres meses, por decisión propia, dejo de hacerlo, no para descansar yo, sino para que descanse el lector. Creo que mis diarios no pierden sino que ganan con la publicación en el periódico. Pero, obviamente, lo que vale para mí no vale para otros diaristas. Hay diarios de muy diversos tipos. Y yo valoro también los que no se parecen a los míos, incluso los valoro más que a los míos.

––¿No crees que escribirías mejor si no escribieras tanto (aunque la rapidez pueda convertirse en depurada técnica) tan rápido y con tanta urgencia? Claro que tendrías que estar dispuesto a renunciar a la recompensa inmediata del halago, esa medicina  imprescindible para la vanidad.

  ––-Eres muy amable al pensar que, si no escribiera tanto, escribiría mejor. Yo no estoy tan seguro. Y en lo del halago no me parece que estés muy en lo cierto. Los autores que no se prodigan suelen gozar de mayor prestigio. A mí me gusta el halago, como me gusta el chocolate, pero puedo pasarme perfectamente sin ellos.

––No sé si creerte. Se podrían espigar entradas y párrafos de tus diarios en los que aseguras no poder pasar una sola semana sin que se hable, bien o mal, de ti.

––Pues te aseguro que he sobrevivido a muchas semanas en que nadie ha hablado ni bien ni mal de mí. Y sin gran sufrimiento, te lo aseguro. Y me temo que todavía me quedan muchas por pasar (los escritores viejos –salvo contadas excepciones– se vuelven invisibles). Pero mentiría si te dijera que no me gusta que me tengan en cuenta.

 ––El lector cuando se adentra en tus diarios llega a un momento en que no sabe si es realidad o ficción lo que le están contando. Ese juego con lo real (el dudoso hallazgo de La verdad de las mentiras de Vargas Llosa, que muchas veces se usa sin rebozo para justificar el fraude) o ludismo ficcional al que tan proclive eres, puede ser un rasgo de inteligencia para evitar particulares desahogos o minucias personales, pero someterlo todo a puro juego o elevar lo personal a un ludismo equidistante entre la realidad y la ficción ¿es un particular rasgo de estilo de un tímido con talento que cual niño juguetón quiere abrir nuevos caminos al anquilosado género del diario?

––-La pregunta creo que tiene más de reproche que de otra cosa. Pero yo me quedo con lo de "tímido con talento" y "niño juguetón". No me importaría nada que esas dos calificaciones (o descalificaciones) fueran rigurosamente exactas.

––Es verdad que a veces hay ciertas verdades que no se pueden contar en primera persona si no se dan como ficticias, pero para ello sería mejor escribir una novela o un relato; el acercamiento a la verdad de una vida tiene muchos caminos.

––Yo lo que no puedo contar, no lo cuento. Hay muchas cosas que callo en mis diarios. Y en ese callar está buena parte de su gracia. Ya conoces la frase de Voltaire (que Savater suele repetir): "El secreto de aburrir está en contarlo todo".

–-¿No crees, sin embargo, que entre no contarlo todo, para no aburrir al lector, y no contar nada, o poco menos, hay un término medio que sería el adecuado?

––Completamente de acuerdo. Ese término medio es el que yo busco. Pero eso no quiere decir que lo consiga.

––Otro rasgo estilístico de tus diarios es el uso repetitivo de un relato entre nebuloso y onírico que casi siempre comienza con un personaje desconocido que llama a tu puerta y dice conocerte de toda la vida, entrando en tu apartamento con toda  naturalidad y desapareciendo misteriosamente a la mañana siguiente, después de contarnos una historia extraña. ¿Esa reiterativa cuña cuentista, entre el misterio y el terror, es simple material de relleno u obedece a otras causas?

 –-Mis cuentos de terror suelen ser muy verdaderos. Cuando uno llega a cierta edad, tiene muchos esqueletos escondidos en el armario.

 ––¿No te parece que quizá esos "esqueletos escondidos en el armario" constituyan esa intimidad que se nos oculta?

––Es probable. Pero yo escrito un diario, no sigo una terapia psicoanalítica. No pretendo sacar todos mis trapos sucios a la luz. Eso queda para los biógrafos no autorizados. Claro que yo, para evitarlos, he tomado la precaución de no ser importante. No creo que nadie se tome la molestia de rebuscar en mi basura.

––Philippe Lejeune dice que "un diario es una serie de huellas fechadas". A pesar de lo que dices, yo sigo pensando que tus diarios tienen poco de diario íntimo (de vez en cuando se encuentran aquí y allá tímidos apuntes y rasgos de verdadero diario íntimo, pero parece que te costara trabajo vencer esa barrera de lo íntimo vecina de la timidez y del miedo), tienen más un aire de crónica, una crónica con una marcada mirada subjetiva, incrédula y hasta desafiante, con un estilo personal de línea clara y bien construida; la crónica es de una amenidad indiscutible, pero de ahí a hacerla pasar por un diario media un abismo ¿no?

 ––-No acabo de entender lo que quieres decir. "Una serie de huellas fechadas" me parece una hermosa definición que se ajusta exactamente a mis diarios. Eso de que mis diarios son "nada íntimos" me parece una afirmación más que discutible. Cierto que no hablo de mis borracheras ni de mis amores adúlteros ni, como Unamuno, de mis angustias religiosas, pero es que no practico esas cosas. Mi intimidad está llena de libros, de charlas con amigos, de viajes solitarios, de melancolías y de fantasmas. Y es de esa intimidad mía, que nada tiene que ver con la de otros, de la que hablan mis diarios.

 ––-El carácter independiente del personaje protagonista de tus diarios, su extraterritorialidad y ese afán de desmarcarse constantemente (esas intensas y reiteradas pugnas dialécticas en las que siempre sale vencedor, ufanándose de ello) dan la sensación en el lector de estar ante un artista que vive en una placenta, tan confortable y tan a gusto de haberse conocido que, al margen de su trabajo y afición, no le interesa nada o poco menos.

––Pues si el lector tiene esa sensación, me temo que me explico muy mal. Pero en algo tienes razón. La verdad es que, aparte de mi trabajo y de mis aficiones, lo único que me interesa es el resto del mundo. Fuera de eso no me interesa nada.

––La anterior pregunta me lleva a esa elemental honestidad que el escritor debe tener: no hay que engañar al lector, hay un acuerdo tácito en el que todo escritor de diarios (novelas, cuentos, teatro...) sabe lo que sus lectores esperan; no se puede dar gato por liebre ¿no te parece?

–-No hay que engañar al lector, pero sí jugar un poco con él. Lo único que no le debería estar permitido al diarista --a cualquier escritor--  es aburrir. Yo procuro que eso no ocurra nunca. Me va la vida como escritor en ello. Nadie tiene la obligación de leerme. No soy de lectura obligatoria en los colegios ni de los autores traídos y llevados en los suplementos a los que el lector que quiere estar al día se siente en la obligación de conocer. Si aburro al lector, con mis diarios o con lo que sea, no tiene más que cerrar el libro o pasar la página del periódico y a otra cosa mariposa. Y yo respeto mucho los acuerdos con el lector, pero no con el lector distraído que se queda con lo que la frase parece decir y no con lo que realmente dice. Mis lectores saben de sobra que casi nunca hablo en serio, salvo cuando hablo en broma. Y que tienen que estar muy alerta si no quieren que les tome el pelo y les dé gato por liebre.

 ––-Sí, hay bromas que suelen ser muy serias y lo serio casi nunca viste bien si no es con un disfraz, pero eso sigue siendo un juego retórico, casi un sofisma, ese juego de la inteligencia tan sutil y persuasivo como engañoso (no nos engañemos).

––¿Quieres decir que soy un retórico y un sofista? Pues quizá tengas razón. Pero yo prefiero considerarme como un amante de la paradoja, algo en lo que coinciden tres personajes tan dispares como Oscar Wilde, Pessoa y Unamuno. Si no soy capaz de tomarme completamente en serio a mí mismo, ¿cómo voy a ser capaz de cultivar algún género literario sin tomarme algunas libertades? O de fingir que me las tomo, porque, digas tú lo que digas, no creo que me tome ninguna.

––Puede que sea en esas libertades donde resida el secreto y la novedad de tus diarios (entre el juego y el engaño se encuentran todas las libertades, solo hay que elegir) y en ese sentido estamos asistiendo a una variante del diario íntimo más libre y exento de corsés y cautelas restrictivas que no le dejaban levantar el vuelo. ¿Estás de acuerdo con esa afirmación?

––Sí y no. Yo nunca he creído que el diario tuviera leyes rígidas. Cada escritor lo llena con su personalidad. Y unos tienen más interés que otros, al igual que ocurre con los escritores. Afortunadamente, al contrario de lo que ocurría en otras épocas, no es un género de escaso cultivo hoy en día. El lector encuentra dónde escoger. Yo agradezco que algunos me escojan a mí, pero no tengo nada en contra de los que prefieren a otros. Si me apuras, incluso te diría que yo también prefiero a otros.




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