Hilo de oro (Antología poética 1974-2011)
Eloy Sánchez Rosillo
Edición de José Luis Morante
Cátedra. Madrid, 2014.
Hay poetas que necesitan intermediarios para llegar a los lectores. Mallarmé no sería Mallarmé sin sus comentaristas; tampoco el Góngora de las Soledades o el último Valente. A otros, en cambio, aunque puedan haberlos tenido en igual número, no les resultan imprescindibles. Es el caso de Antonio Machado; es el caso también de Eloy Sánchez Rosillo.
Los poemas de Sánchez Rosillo se defienden solos, al contrario de lo que ocurre con buena parte de sus coetáneos (pensemos en el Guillermo Carnero de El azar objetivo, por ejemplo). De ahí que la labor de escoliasta de José Luis Morante en Hilo de oro resulte, en buena medida, prescindible. Él ha tenido el acierto de reconocerlo así, y a pesar de que la colección Letras Hispánicas parecía exigir una minuciosa anotación de naderías (que es lo que algunos suelen confundir con una edición crítica) ha reducido al mínimo las notas a los poemas y no señala las escasas variantes respecto de las primeras ediciones.
Eloy Sánchez Rosillo es un poeta paradójico. Al lector apresurado puede darle la impresión de que se limita a contar lo que le pasa o lo que recuerda, a abrirnos su corazón con un lenguaje lo más directo posible, ajeno a todo artificio. Parece ejemplificar el mito del poeta directo y natural, como el Alberto Caeiro pessoano (una cita de Caeiro da precisamente título a su primer libro, Maneras de estar solo). Es también, como Caeiro, un poeta que carece de biografía, al menos de biografía noticiable y novelable: nació en Murcia el año 1948, estudió en Murcia y allí trabaja como profesor universitario; de joven, realizó un viaje iniciático a París, pasó una temporada en Italia, hizo otro viaje por el Mediterráneo que dejó huella en sus versos; se casó, tiene un hijo; pocas cosas más se pueden contar. Como poeta se ha mantenido siempre fiel a unos pocos maestros; ha desdeñado las vanguardias; no ha tanteado nuevos caminos, no ha tenido miedo de incurrir en la monotonía ni de que le acusaran de escribir siempre el mismo libro.
¿Un poeta al margen de la modernidad? Es posible, pero un poeta que se seguirá leyendo cuando los modernos y los postmodernos resulten antiguallas.
La natural continuidad de la obra de Sánchez Rosillo, que solo cambia según va cambiando la vida del autor, no impide señalar en ella dos etapas. Abarca la primera los cinco libros iniciales, desde el ya citado Maneras de estar solo (1978) hasta La vida (1996); se inicia la segunda, tras casi una década de silencio, con La certeza (2005). El poeta sigue siendo el mismo, pero el generalizado tono elegíaco resulta ahora sustituido por otro de aceptación y exaltación del presente. Según ha explicado el propio autor, hubo un cambio en su concepto del tiempo: “Creía antes en un tiempo lineal y troceado, con un antes, un ahora y un mañana. En la actualidad siento que todo ocurre a la vez, en el fulgor de un instante único y para siempre”.
En el más reciente Sánchez Rosillo hay un componente que podríamos llamar místico y que le acerca a un poeta como Vicente Gallego, cuyos últimos libros responden a conversión religiosa. Buen ejemplo de ello lo constituye el poema que cierra la antología, “Perdición”, y que casi podría estar firmado por cualquiera de los dos: “Alzo los ojos en la noche oscura, / y esa es mi perdición. Desde una estrella / que refulge esta noche para mí / más que ninguna otra, / me va llegando sin piedad al pecho / una cataclismo de diamante puro. / Y me abre ahí una herida tanta luz, / y la herida no sangra, porque se cauteriza / con su propio dolor, que es alegría, / que es muerte y nacimiento, / un volver a vivir desde el principio / y esta vez para siempre”.
Pero el nuevo Sánchez Rosillo, que se enreda en metafísicas y místicas paradojas, no deja de lado, por fortuna, al poeta de siempre, el de “Lectura de Emily Dickinson” o el de “Huertos junto al río”, uno de esos apuntes que parecen hechos de nada, como algunos bocetos de su admirado y siempre presente Ramón Gaya: “Qué bendición, la lluvia en los naranjos, / a mitad de diciembre. / Dentro de algunos días recogerán los frutos, / ya en sazón bien cumplida. Pero ahora / brillan todos intensos, encendidos, unánimes / en la mañana gris, mientras se escucha / este apenas ruido, / este rumor tan delicado y manso / de la lluvia cayendo sobre las hojas verdes”.
Hay poetas en los que el artificio se muestra como tal; en otros se disfraza de naturalidad, que en el arte es otro artificio, y no el menos difícil de conseguir. El misterio de la poesía de Sánchez Rosillo, su engaño a los ojos, todavía no ha sido desvelado por la crítica, que ha solido limitarse al acrítico encomio o a la glosa. José Luis Morante nos ofrece un buen informado prólogo, excelente punto de partida, y unas notas casi siempre prescindibles. En el poema “La playa”, por ejemplo, anota: “Nueva formulación de un asunto básico de esta poesía: la temporalidad. El acontecer marca cada uno de nuestros actos hasta su disolución en la nada”. No señala el uso de un procedimiento que ya estudió Bousoño al referirse a un poema de José Hierro, “El pasaporte”, ni tampoco los ecos –Píndaro, Góngora– del último verso: “Somos sombras de un sueño, niebla, palabras, nada”.
Editar a un contemporáneo no requiere menos trabajo que editar a un clásico, pero se trata de un trabajo distinto. El objetivo final es, sin embargo, el mismo: ofrecer a los lectores un texto lo más cercano posible a la intención última del autor y sin más anotaciones que las imprescindibles para que pueda ser entendido como en el tiempo en que fue escrito. Al margen –como prólogo o epílogo– pueden ir todas las erudiciones, interpretaciones y análisis que se crean necesarios, pero siempre al margen, sin interrumpir el texto.