Hugo Chávez. Mi primera vida
Conversaciones con Ignacio Ramonet
Debate. Barcelona, 2013.
No goza de excesivas simpatías en España el mediático, en vida y en muerte, político venezolano Hugo Chávez (1954-2013). Es uno de los raros casos en que los medios de derechas y buena parte de los de izquierdas han coincidido en presentarlo como un golpista y un risible figurón. Pero, al margen de las mayores o menores simpatías ideológicas, se trata de un fascinante personaje y de uno de los pocos dirigentes políticos que han sabido plantear una alternativa al neoliberalismo económico tras la desaparición del bloque soviético, del llamado socialismo real.
Al contrario que su maestro y mentor, Fidel Castro, Chávez llegó al poder tras unas elecciones libres y se mantuvo en él, hasta su muerte, con más controles democráticos que ningún otro dirigente (tuvo incluso un intento de golpe, aplaudido por muchos países democráticos, como España, y un referéndum “revocatorio” que no cumplió su objetivo). Eso hacía de él un peligroso ejemplo para los países de Latinoamérica que querían escapar de un sistema económico –el mismo que ahora muestra a la vieja Europa su peor cara– que les resultaba nefasto.
Convertido Fidel Castro en una reliquia de otro tiempo, Chávez era el enemigo a batir; y lo sigue siendo después de muerto. Así, por ejemplo, para arremeter contra el independentismo catalán, al escritor Jordi Soler no se le ocurre otra cosa que comparar los discursos de Artur Mas “y sus subalternos” (quizá se refiera a Oriol Junqueras) con “la verbosidad mística del comandante Hugo Chávez”.
Ignacio Ramonet, siguiendo la línea de su Fidel Castro. Biografía a dos voces, publica ahora unas conversaciones con Hugo Chávez que constituyen una minuciosa, apasionante, ilustrativa autobiografía. Abarca desde su infancia pobre y feliz en Los Llanos novelados por Rómulo Gallegos hasta el momento, a finales de 1998, en que gana sus primeras elecciones. Las charlas tuvieron lugar a partir de 2008, cuando se cumplía la primera década del triunfo, y terminaron antes de que, en junio de 2011, aparecieran los síntomas de la enfermedad mortal. Nada hacía prever entonces ese final abrupto y trágico, y de ahí el tono autocomplaciente y feliz.
El retrato simplista que se ha hecho de Hugo Chávez, la caricatura generalizada, resulta imposible de sostener tras la lectura de este libro. Pero se seguirá sosteniendo a pesar de las evidencias: el volumen tiene setecientas páginas y pocos de sus interesados detractores, o de quienes simplemente se han formado de él una opinión negativa por las recortadas y manipuladas informaciones de cierta prensa libre dependiente de espurios intereses empresariales, se animarán siquiera a hojearlo.
La “verbosidad” de Chávez, de la que se burlaba Jordi Soler, no tenia nada de mística; alternaba el dato exacto con la anécdota ilustrativa, la estadística con el poema o la canción; nunca se desentendía de los interlocutores. Para ilustrar el acoso a los pueblos indígenas (todavía en los años setenta, cerca de la frontera con Colombia, “los terratenientes salían a matar indios como se matan venados”) cuenta un episodio del que él mismo fue testigo: “Estábamos patrullando, buscando a un grupo de indios porque una señora los había acusado de haberle robado unos cochinos. Llevábamos con nosotros a un baqueano, un conocedor de atajos, buen rastreador, y también –lo descubrí entonces– experto en cacerías de indios. Localizamos un grupo; nos recibió con una lluvia de flechas. Una me pasó rozando la cabeza. Afortunadamente, ninguno de los soldados resultó herido. Di orden de no disparar. Los indios se dispersaron y huyeron. En ese instante, en la espesura, escuché los alaridos de una india. Nos acercamos a la orilla de un torrente que iba muy crecido. Y ahí veo, en medio del agua, hundiéndose a una mujer que cargaba un bebé. Estaba aterrorizada; nos miraba con unos ojos que echaban llamaradas de miedo y relámpagos de odio porque llevábamos uniforme. No se me olvidarán jamás aquellos ojos. Yo estaba pensando en cómo sacarla de allí. Y entonces ¿sabe lo que me dijo el baqueano? ‘Capitán, ¡dispárele!’ Me quedé sorprendido: ‘¿Cómo?’ Volvió a insistir: ‘¡Dispárele, capitán! No son gente, son como animales. ¡Mátelos!’ Se me estremece el cuerpo todavía… Y no era mala persona aquel baqueano, no era un monstruo, yo lo conocía bien. Expresaba el sentimiento racista que allí imperaba”.
El mismo sentimiento, aunque menos explícitamente criminal, que explica las burlas con que muchos acogieron el nombramiento de Evo Morales como presidente de Bolivia.
La formación de un líder podían subtitularse estas páginas, por las que desfila el niño pobre que vendía los dulces preparados por su abuela en las calles de Sabaneta; el lector insaciable e incansable; el aspirante a jugador profesional de béisbol; el cadete al que castigan en la Academia militar por ser zurdo; el joven teniente disciplinado y brillante, descontento con la situación política de su país y que en algún momento pensó en pasarse a la guerrilla (pero algo ocurrió que le quitó definitivamente de la cabeza tal idea: “una emboscada donde mataron a siete soldados mal matados, es decir, una emboscada sin sentido. Yo vi a los muchachos, uno se murió en mis brazos prácticamente. Eran unos soldados-campesinos y los mataron por matarlos, sin ningún sentido ya de guerra ni de objetivo”).
No solo habla de su propia vida Hugo Chávez en estas páginas; muy presente está también la historia de Venezuela y abundan las reflexiones sobre los acontecimientos fundamentales del siglo XX, que no siempre serán compartidas por el lector. Pero los desacuerdos y el detectar acá y allá una cierta incursión en el mito y en la hagiografía (en cierto modo, lo exige el género), no le restan interés al volumen ni impiden considerar a Hugo Chávez como una figura que ha marcado decisivamente la historia política de Latinoamérica.
Chávez, a pesar de las burlas sobre sus interminables programas televisivos, era también un maestro de la oratoria, tanto en los discursos que duraban horas (y que tantas veces fueron objeto de interesada manipulación en los medios españoles), como en aquel otro de menos de un minuto que puso fin al levantamiento de 1992 contra Carlos Andrés Pérez (el presidente depuesto poco después por los suyos mediante un golpe “legal”) y que bastó para convertir un rotundo fracaso en una clara victoria. Y que, de algún modo, cambió la historia de un continente.