Amor (Antología poética)
Vicente Sabido
Renacimiento. Sevilla, 2013.
Conviene, al juzgar un libro, no incurrir en la falacia patética, no confundir la emoción que provocan el tema o las circunstancias biográficas de su autor con la emoción estética. Pero resulta inevitable, al comentar la antología de Vicente Sabido titulada escuetamente Amor, aludir a la circunstancia de que su llegada a las librerías coincide con el fallecimiento del poeta en los primeros días de septiembre.
Vicente Sabido había nacido el año 1953 en Mérida. Comenzó sus estudios en Pamplona –donde tuvo como profesor a Miguel d’Ors, lo que resultaría determinante en su obra– y los terminó en Granada, en cuya universidad sería posteriormente profesor.
Su trayectoria literaria comenzó muy pronto, en 1975, con un libro, Aria, muy acorde con la estética rupturista del momento. Un poema disonaba del conjunto, “Canto solar”, escrito en prosa bajo la influencia de Whitman y Saint-John Perse y con referencias al paisaje extremeño; será el único que se salve en la antología final. Poco después, con Décadas y mitos, de 1977, cambia el tono, que se vuelve en apariencia, solo en apariencia, más conservador, en coincidencia con las primeras obras, que aparecen por entonces, de poetas como Eloy Sánchez Rosillo, Fernando Ortiz o Víctor Botas. Es el momento estético antologado en Las voces y los ecos, de 1980. Miguel d’Ors –en la solapa de Amor– lo define como aquel en que “el verso y la vida vuelven a anudarse, el yo, lo autobiográfico y lo confesional recuperan su papel, se retorna a la tradición como punto de apoyo para el desarrollo del mundo personal, se busca un equilibrio entre cuidado del lenguaje y contenidos humanos”.
Vino luego un libro fundamental, Sylva, de 1981, y, tras un largo periodo de silencio, solo roto por el breve cuaderno Adagio para una diosa muerta, la obra con la que cierra su labor creativa, Aunque es de noche, de 1994. Acababa el poeta de cumplir cuarenta años; viviría aún otros veinte, pero ya no volvería a publicar más poemas, ni parece que tampoco a escribirlos. Ni en Los cuarenta principales (1999), antología preparada por él mismo, ni en Amor no se incluye ningún inédito.
El silencio de Vicente Sabido se asemeja al de Jaime Gil de Biedma, pero ha llamado menos la atención y no parece que nadie se haya preocupado por él. Vicente Sabido fue un poeta discreto, invisible más allá del círculo de los más atentos y avisados. Su cercanía a Miguel d’Ors –mentor y amigo, autor de las más lúcidas páginas sobre él– le benefició tanto como le perjudicó. Le benefició al ayudarle a librarse de las vaguedades de su primer libro y al subrayar la importancia de la cuestiones técnicas, de las minucias formales, tan desdeñadas por algunos vates inspirados, sin las cuales no hay verdadero poeta. Le perjudicó al opacarle un tanto con el brillo de su propia obra. Para el lector desatento y apresurado, Vicente Sabido no era más que un aplicado discípulo, un poeta grato y menor, de algún modo prescindible. Sus largos años de silencio –frente al continuo, y con frecuencia polémico, desarrollo de la obra del “maestro”– parecían abonar esa opinión.
Amor, antología seleccionada y prologada por José Julio Cabanillas, prescinde del orden cronológico. Los poemas se agrupan en tres apartados. El primero, “Versos de amor”, se inicia con el poema “Sylva”, el más extenso de los escritos por el autor y uno de sus logros mayores. Su estructura musical de tema con variaciones recuerda a “Sepulcro en Tarquinia”, de Antonio Colinas, que quizá le sirvió como modelo, aunque el resultado sea muy distinto, más irracional y culturalista en un caso; más intimista y meditativo, en el otro.
La sección segunda, “Versos de la niñez”, se inicia con el poema “Datos para una biografía”, dedicado a Víctor Botas. Esa dedicatoria ha sido añadida a esta edición, como ocurre con la mayoría. Todos los poemas de Amor están dedicados y esa es la única intervención que parece haber tenido el autor, que no ha vuelto –al contrario de lo que suele ser común– sobre los viejos textos para juanramonianamente revisarlos y no siempre mejorarlos. Vicente Sabido parecía adivinar que ya no le sería posible enviar con dedicatoria autógrafa su libro y por eso ha querido que en él figure una muestra casi completa de sus afectos y admiraciones. Algunos de sus mejores poemas están en esta sección, como “Del tiempo viejo” o los machadianos “Recuerdo infantil” y “La escuela”.
No es Vicente Sabido un poeta que guste de levantar la voz, de subrayar sus aciertos, que a menudo solo se descubren en una segunda o tercera lectura. Una excepción representan el poema “Sylva”, ya aludido, y también el que cierra la antología, “Adagio para una diosa muerta”, canto en alejandrinos a la ciudad de Mérida que tiene todo el empaque –y la majestuosa musicalidad– del mejor modernismo.
Los poemas de la tercera sección, “Versos del tiempo adentro”, rescatan momentos de la historia general y personal; de la historia, o de la intrahistoria (así se titula uno de los mejores poemas). Vicente Sabido gusta, y en eso coincide con Miguel d’Ors (al que dedica el poema más dorsiano del conjunto “Cabina telefónica”) de pequeños detalles exactos que den sensación de verdad al poema. Disuena uno de esos detalles, el que en “España Siglo XX (Fragmento)” se atribuye a Indalecio Prieto, que no parece que en 1908, a sus veinticinco años, anduviera “viendo crecer las mazorcas en un vallín de Mieres”.
En el 2006 reunió Vicente Sabido lo más significativo de su obra en prosa, dejando a un lado los trabajos estrictamente académicos y curriculares, en el breve volumen La lluvia de Cartago, uno de cuyos capítulos “Et in Arcadia”, recuerdo infantil cercano al poema en prosa, ha pasado a Amor. En ese libro, comentado el póstumo Las rosas de Babilonia, de Víctor Botas, escribe: “Creo que Botas, como algunos excelentes poemas, ha escrito media docena de buenos poemas y un par de docenas de excelentes versos. Y eso es mucho”. Hablaba Vicente Sabido también –y sobre todo– de sí mismo.
Cuando la emoción del momento desaparezca, seguiremos encontrando en Amor un puñado de poemas emocionantes y minuciosamente ejemplares.