El otro Borges & Fani,
su ama de llaves
su ama de llaves
Armando Almada Roche
UniNorte. Asunción, 2012.
En “El otro”, uno de los más conocidos relatos de El libro de arena, el adolescente Borges ginebrino se encuentra con el anciano en que se convertiría (o al revés). El Borges de 1969 le da noticias sobre el mundo actual: “Ahora, las cosas andan mal. Rusia está apoderándose del planeta; América, trabada por la superstición de la democracia, no se resuelve a ser un imperio. Cada día que pasa nuestro país es más provinciano. No me sorprendería que la enseñanza del latín fuera reemplazada por la del guaraní”.
La lengua guaraní, tan despectivamente aludida, Borges tenía ocasión de escucharla en su propia casa. Lo sabemos por un libro desigual y fascinante. El segundo dedicado a recoger conversaciones con Epifanía Uveda de Robledo, familiarmente conocida como Fanny, la mujer que, durante casi cuarenta años, residió como empleada doméstica, junto al escritor y su madre, en el pequeño apartamento de Maipú 994. Después de su madre, fue la persona que durante más tiempo compartió la intimidad del escritor. Fanny –como tantas empleadas del servicio doméstico, entonces y ahora– era paraguaya.
Ya en El señor Borges (2005), al cuidado de Ricardo Vaccaro, Fanny nos había contado el día a día en casa de los Borges y su enfrentamiento final, que acabó en los tribunales, con María Kodama. Las nuevas confidencias han sido recogidas por Armando Almada Roche, un escritor argentino-paraguayo. La amistad entre ambos se estableció desde el día en que visitó la casa de Borges para hacerle una primera entrevista. El guaraní, idioma que ambos hablaban, contribuyó a la sintonía mutua. Fanny, en el prólogo, evoca aquellos encuentros: “Recuerdo que él solía venir a menudo casi con cualquier pretexto, en distintos meses y años, y le sacaba fotos y le grababa horas y horas al señor Borges, que nunca se negaba. A veces, el señor me llamaba y nos hacía hablar en guaraní y él se reía y gozaba. No sé por qué le gustaba tanto este idioma”. ¿Le gustaba? Le divertía, quizá, pero lo despreciaba como propio de gente inculta, según era norma entonces, incluso entre los propios paraguayos.
A Armando Almada Roche no solo le interesan los detalles de la relación de Fanny con Borges, sino la propia Fanny y es ella, no el escritor, quien se convierte en la verdadera protagonista del volumen. Las líneas iniciales constituyen un espléndido autorretrato hablado: “Yo soy una mujer tímida (¡no cobarde!), callada, me gusta el silencio, la soledad; me enloquecen las plantas y las flores, la paz y el trabajo. Mi sueño es tener una casa con jardín. A pesar de mis setenta y seis años, todavía disfruto mucho haciendo las labores de la casa: limpiar, lavar, planchar, hacer la comida. Cosas muy simples, pero que también necesitan de magia para que la rutina no se convierta en un suplicio. Gracias a Dios, a mis manos y a mis piernas y a mi hija Stella Maris, aun puedo cumplir con mis obligaciones de ama de casa”.
En los doce primeros capítulos nos cuenta Fanny su vida, desde su nacimiento en Colonia Romero, un pueblecito en las afueras de General Paz, provincia de Corrientes, hasta su llegada a Buenos Aires. Son páginas llenas de pequeños detalles exactos en las que hasta los recuerdos más dolorosos resultan hermoseados por la melancolía.
Todo el libro está puesto en boca de Fanny y se nos ofrece como el resultado de las conversaciones mantenidas con ella a lo largo de más de un año, entre febrero de 1998 y abril de 1999, cuando se cumplía el centenario del escritor, pero en algunos pasajes sus palabras resultan un tanto inverosímiles: “Su entusiasmo –nos dice presuntamente Fanny hablando de Borges– no solo se alimentaba en las cosas grandes: las campanadas de las iglesias, la estrofa de un poema, una milonga, un tango, todo podía hacerle feliz. Y como dije antes, quería y veía especialmente lo positivo, lo productivo, la vida le resultaba, la mayoría de las veces, de una riqueza sin término, y todo lo encontraba hermoso en su plenitud. Solo tenía miedo a las peleas domésticas, al escándalo. Soportaba muchas cosas con tal de no hacer barullo. Amaba no solo a su patria, los últimos arrabales, sino a Suiza, a Inglaterra y al mundo; amaba más el porvenir que el pasado, me parece, porque aquel traía nuevas posibilidades insospechadas de la alegría y el entusiasmo; y, sin tenerle miedo a la muerte, amaba infinitamente la vida, porque se le daba todos los días llena de bellas promesas”. Aquí no escuchamos a Fanny, sino vaguedades periodísticas.
Balzac en zapatillas, de Leon Gozlan, fue el título que inició la serie, que tanta morbosa curiosidad despierta en los lectores, de biografías de grandes hombres vistos por su ayuda de cámara. Epifanía Uveda de Robledo nos muestra a Borges, no solo en zapatillas, sino también en camisón y hasta sin ropa ninguna. Cuenta cosas, como los episodios de incontinencia urinaria, que sin duda habría sido más elegante callar.
Pero era una mujer herida, resentida con el trato que le habían dado, y de ese resentimiento se aprovecharon algunos para arremeter contra María Kodama. Con alguna razón, pero no con toda la razón. Porque pocas dudas caben de que fue el gran amor de Borges (en la página 304, tras sembrar muchas dudas sobre el verdadero carácter de la relación entre ambos, se cuenta una anécdota muy significativa al respecto) y de que ha cuidado ejemplarmente su legado y la difusión de su obra. Con Fanny, sin embargo, se comportó de la más mezquina manera. Y no por el asunto de la herencia, sino porque, después de casi cuarenta años de relación laboral (los últimos sin sueldo como en los viejos tiempos: lo comido por lo servido), la puso en la calle de un día para otro sin indemnización ninguna. El que eso fuera posible dice muy poco de la legislación laboral de Argentina en 1986.
El hombre Borges, racista y clasista, con mucho de irresponsable niño mimado, no parece que estuviera a la altura de su prosa y de sus versos. Humanamente no valía más que su criada, incluso es posible que valiera menos. Pero la historia de Fanny, que es la de tantos humillados y ofendidos, la de tantas mujeres paraguayas de ayer y de hoy, la conocemos gracias a su cercanía al gran escritor. De otra manera habría resultado invisible.
Este libro, tan descuidadamente escrito, tan descuidadamente impreso, nos ayuda a conocer mejor a Borges (incluso en aspectos que preferiríamos no conocer) y nos descubre, de cuerpo entero, a una mujer admirable, a una de esas mujeres que hacen posible la historia y a las que la historia nunca tiene en cuenta.