La vida es sueño
Pedro Calderón de la Barca
Edición de Rosa Navarro Durán
Edebé. Barcelona, 2022.
Como las obras maestras que vemos en los museos necesitan de una periódica restauración que las libre de las injurias del tiempo y mantenga, en lo posible su esplendor original, así la obra literaria necesita de un especial cuidado cada vez que pasa a la letra impresa. Cambia la lengua, cambia el contexto y los grandes clásicos difícilmente podrían ser leídos hoy sin una minuciosa labor de edición.
Otra cosa son las adaptaciones para un público juvenil o volver a contar en lenguaje contemporáneo —como hizo Andrés Trapiello con el Quijote— lo que el autor contó en la lengua de su tiempo. Rosa Navarro Durán se ha especializado en lo primero y cuenta ya con una nutrida serie de títulos que reescriben para los lectores más jóvenes la literatura universal. El procedimiento no carece de detractores: al simplificar lo complejo pueden desaparecer los valores literarios. Pero las versiones de Rosa Navarro Durán suelen ser algo más que una propedéutica para la lectura del original, pueden leerse por sí mismas con placer y provecho a la manera de los Cuentos basados en el teatro de Shakespeare, de Charles Lamb.
Su edición de La vida es sueño, incluida en una colección que lleva el título de “Clásicos para estudiantes” es de otro tipo. Las modificaciones al texto de la primera edición, aclaradas en una nota final, son las imprescindibles, salvo que se trate de una edición paleográfica, ilegible para el lector común: modernización de ortografía y puntuación, sustitución de algunas formas arcaicas ( “prendedles” por “prendeldes”) y pocas cosas más, siempre indicadas en la nota final. La novedad de esta edición consiste en sustituir las notas a pie de página por comentarios y paráfrasis de algunas escenas, que aparecen intercalados en el texto calderoniano.
En un principio nos vemos tentados a rechazar la novedad, que vendría a ser como interrumpir un concierto para ir explicando las características de su composición. La obra literaria debe ser leída o escuchada en su integridad; las explicaciones, deben ir antes o después.
Pero el teatro impreso siempre ha requerido de acotaciones. Y como acotaciones que no interrumpen la obra, sino que nos ayudan a imaginarla en el escenario y entender mejor lo que en ella pasa pueden considerarse estos comentarios.
Para cualquier lector, la haya leído en sus tiempos de estudiante o no la haya leído nunca, es un placer intelectual y verbal acercarse a La vida es sueño —una de las obras maestras del teatro universal, no hace falta repetirlo— de la mano de Rosa Navarro Durán.
Comienza la obra, con las palabras que Rosaura —“en hábito de hombre”— le dirige a su caballo, que se ha desbocado y la ha arrojado en tierra: “Hipogrifo violento, / que corriste parejas con el viento, / ¿dónde, rayo sin llama, / pájaro sin matiz, pez sin escama / y bruto sin instinto / natural, al confuso laberinto / de estas desnudas peñas / te desbocas, te arrastras y despeñas?”. Y sigue en ese tono, más propio de las Soledades gongorinas que del lenguaje teatral: “Quédate en este monte / donde tengan los brutos su Faetonte, / que yo, sin más camino / que el que me dan las leyes del destino, / ciega y desesperada, / bajaré la cabeza enmarañada / de este monte eminente, / que abrasa al sol el ceño de su frente”. No importa no entender todas las alusiones, escuchamos esos sonoros versos como un aria de ópera, nos dejamos seducir por la música de las palabras y sabemos, desde el principio, que no estamos en una obra realista, sino en una alegoría barroca. Rosa Navarro Durán detiene la acción y nos aclara el parlamento de Rosaura. Lo irá haciendo cada poco, sin que el procedimiento resulte enfadoso. Nunca incurre en divagaciones inútiles, su erudición es la precisa; sabe todo lo que hay que saber sobre la obra y sobre la literatura del siglo de Oro, pero no hace alarde de ello, no se empeña en demostrarlo con cualquier pretexto.
Dos son, como es bien sabido, las acciones que se entrecruzan en La vida es sueño: la historia de Segismundo, el príncipe desterrado y encerrado desde niño porque los hados advirtieron del futuro enfrentamiento con su padre, y la de Rosaura, que viene de Moscovia a Polonia, para vengar una afrenta. El sabio entrelazamiento entre una y otra lo pone de relieve, con mucho acierto, Rosa Navarro Durán.
El argumento y la lección de La vida es sueño lo conocen incluso quienes no la han leído, como es propio de un puñado de grandes obras, de la Odisea a Romeo y Julieta. Y algunos de sus versos se han independizado y viven al margen de la obra para la que fueron escritos, como la décima que parece formar ya parte de la literatura popular: “Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba…”
Tras leer la obra como si la leyéramos por primera vez, descubriendo en ella sugerentes detalles que nos había pasado inadvertidos, se nos ofrece un epílogo con el material didáctico, en principio poco apetecible para el lector común, pero solo las últimas páginas pueden considerarse así. Rosa Navarro Durán resume con acierto lo que se sabe del autor, analiza las fuentes (La vida es sueño reelabora diversas leyendas tradicionales) y los principales personajes. Sabe de lo que habla, como acreditan sus múltiples estudios sobre la literatura del Siglo de Oro, y tiene siempre el acierto de no contarnos todo lo que sabe, sino solo lo que ayuda a nuestro disfrute de una obra que solemos dar por consabida.
Una edición para estudiantes que es, en realidad, para todos los lectores.