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El caso Álvarez

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Tigres en el crepúsculo
José María Álvarez
Edición de Alfredo Rodríguez
Ediciones Universidad de Valladolid, 2021.

Las opiniones sobre José María Álvarez están divididas, Unos pocos, pero muy fervorosos fieles, piensan que es un destacado poeta, uno de los más notables de su generación; el resto, que tiene tanto de escritor como de mistificador, de provocativo personaje cada vez más exasperado y marginal.

            Nació en Cartagena en 1942, pero él afirma en la antología que lo dio a conocer, Nueve novísimos, que nació en Casablanca. Antes de participar en esa antología fue un activo poeta social, cercano a los presupuestos del partido comunista, autor del Libro de las nuevas herramientas, del que pronto renegaría. Reticente en un principio a los presupuestos de la antología de Castellet, a partir del inesperado éxito académico de ese libro –que acabó dando nombre a un capítulo de la poesía española--, se convirtió en el “novísimo” por excelencia, el más fiel a los presupuestos iniciales de culturalismo exacerbado y provocación.

            Los años dorados de José María Álvarez fueron los años ochenta, los de los primeros gobiernos socialistas y las incipientes autonomías. Él cumplió el entonces agradecido papel de disidente oficial. En 1983, en una entrevista que publicó la revista Interview, declaraba: “A mí todo esto del sufragio universal y los partidos y las autonomías y demás zarandajas me parece una ineficacia muy cara y muy peligrosa”. Pero luego no tuvo inconveniente en organizar, con dinero público, un sonado homenaje a Ezra Pound en Venecia y numerosos congresos poéticos en Cartagena y en diversos países. “A casi todos los viajes voy invitado”, dirá en otra entrevista. Invitado por el Instituto Cervantes o por otras institución oficial, en la mayor parte de los casos.

            En Tigres en el crepúsculo, el poeta Alfredo Rodríguez ha reunido toda la prosa dispersa de José María Álvarez que ha logrado encontrar, incluyendo transcripciones de conferencias y entrevistas televisivas. Para él, devoto entre los devotos, cuanto sale de la boca o de la pluma de José María Álvarez es sagrado. No le hace con ello demasiado favor. Muchas de las declaraciones del poeta son algo más que “políticamente incorrectas”, son directamente ofensivas para media humanidad. En 1981, en un artículo de Diario 16, anticipa los desastres que se avecinan para Francia con el triunfo de Mitterrand: “¡Adiós, calles y plazas de París, adiós a vuestro encanto! Se avecina una Francia más sucia y más triste. ¡Adiós, oh excelsas cocinas! ¡Adiós, oh eminentes vinos! ¡Adiós, oh putas! Que por si faltara un empujón, alguien –de los que nunca han frecuentado vuestros paraísos-- os reclamará para más infamantes obligaciones en cualquier fábrica o despacho”.

            ¿Habremos entendido bien? Si, para el Álvarez de 1981, y no parece haber cambiado de opinión, la prostitución era una ocupación más digna de la mujer que trabajar en una fábrica o despacho. Por el feminismo –lo dijo en una entrevista con Sánchez Dragó de 2003-- siente una “repugnancia intelectual” que suele ir acompañada “de repugnancia física, porque la mayoría de las veces que he tenido una discusión o que me he encontrado con alguna feminista, no solo me repugnaba lo que estaba diciendo, sino ella personalmente, o sea físicamente”.

            No le ha hecho mucho favor Alfredo Rodríguez a su venerado maestro rescatando estas y otras declaraciones. Las que se refieren a la esclavitud, por ejemplo. José María Álvarez siempre ha lamentado la derrota de los confederados en la guerra de secesión americana. Fue para él la derrota de la civilización. El problema de los esclavos no era sino un problemilla “exacerbado por un panfleto aberrante titulado La cabaña del tío Tom”. Hay que tener en cuenta -añade-- “que la situación de los esclavos era infinitamente más confortable que la de los obreros en las fábricas del Norte y que además era una cuestión en vías de extinción, ya que quedaban pocos esclavos en el Sur y contadísimos propietarios (el 4 %). Lincoln dictó unas normas que en realidad preveían un ritmo de liberación más lento que el que ya se estaba produciendo naturalmente en las comunidades sureñas”.   

            En los desquiciados ochenta podían hacer gracia ciertas ocurrencias. Hace tiempo que han dejado de hacerla. Y ciertos alardes libertinos, como evocar a Casanova en un salón “privé” del Florian desnudando a dos princesas y a un obispo, para luego hacerse servir por este “mientras las dos princesas ronronean a sus pies como gatos persas”, solo sirven para demuestran que la erudición de Álvarez a menudo es más fantasiosa que precisa.

            Estas prosas, en el caso de ser rescatadas del misericordioso olvido, necesitarían un editor menos deslumbrado por el maestro. ¿Alguien puede creerse que el temario que se reproduce en “Audacias e insolencias de la juventud”, un temario que comienza hablando de “la escritura Brahmí” y que termina con un tema titulado “El dios abandona a Konstantino Cavafis” sirviera para las clases de Gramática y de Geografía Económica que Álvarez dio en la Escuela de Maestría Industrial de Cartagena durante el cuso 1967-68? “Fue muy interesante la reacción de los alumnos. Vi brillar ojos que estaban apagados”, declara Álvarez. Y el ingenuo Rodríguez se lo cree.

            Ingenuo y también algo interesado. Incluye en la primera parte del volumen los prologuillos de circunstancia que Álvarez le escribió para sus libros de versos, uno de ellos inédito y todos bastante prescindibles.

            José María Álvarez no es solo un personaje que jugó a la carta del decadentismo y de “épater le bourgeois”, muy a la decimonónica manera de un Villiers de L’Isle-Adam o de un Huysmans, y que acabó abrasado por el personaje; es también un notable escritor en prosa y verso que necesitaría un editor y antólogo que le ayudara a suplir su no excesiva capacidad autocrítica.


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