Por tierras de Portugal
Un viaje con Unamuno
Agustín Remesal
La Raya Quebrada. Zamora, 2015.
La relación entre Unamuno y Portugal ha sido ya bien estudiada, pero Agustín Remesal, periodista de larga trayectoria, vuelve a ella de una manera novedosa, entremezclando la investigación erudita con la reconstrucción imaginativa y el relato de sus propias andanzas con las del autor de Por tierras de Portugal y de España.
El primer viaje de Unamuno a Portugal tuvo lugar en 1894. Iba acompañado de su primo Telesforo Aranzadi, antropólogo y estudioso de la cultura vasca y utilizaron la línea ferroviaria, hacía poco inaugurada, que unía Salamanca con Oporto. En la estación de Barca d’Alva había que cambiar del tren español al portugués. “Fue aquella construcción una obra de titanes”, nos informa Agustín Remesal. Más de ocho mil jornaleros llegaron a trabajar simultáneamente. Lo más notable es el puente internacional: “Su trazado diagonal sobre el río realza los perfiles metálicos que forman la cruz de San Andrés, la grafía nueva de la ingeniería del hierro iniciada por Gustave Eiffel. La ligereza metálica de este entramado de barrotes y traviesas otorga una elegancia admirable a los cuatro pilares cónicos de piedra donde se asientan los hierros reflejados en el agua”. El puente fue construido por empresas portuguesas y, según instrucción de las autoridades, en los pilares había varias troneras donde colocar cargas explosivas para volar el puente “en caso de conflicto bélico o invasión militar desde España”.
En este primer viaje fue huésped Unamuno del poeta Guerra Junqueiro, una de sus grandes amistades portuguesas. Las conversaciones entre ambos, admirablemente recreadas por Agustín Remesal, lo mismo que las que luego tendría con Eugénio de Castro o Texeira de Pacoaes, son uno de los mayores atractivos del volumen.
El poeta Eugénio de Castro le sirvió como guía en Coimbra; Texeira de Pascoaes le llevó a su quinta de Amarante. Pascoaes fue el fundador de la revista A Águia, en la que Pessoa se dio a conocer con un trabajo crítico en el que anunciaba la pronta aparición de un “supra-Camoens”, de un poeta que superaría en grandeza al mayor escritor portugués conocido. En la misma revista publica Unamuno su soneto “Portugal”, que influiría en el Mensagem pessoano, aunque ambos escritores no llegaron a conocerse y Pessoa mirara siempre al amigo de Pascoaes con evidente antipatía.
Durante varios años fueron frecuentes los viajes de Unamuno a Portugal. Le habían nombrado miembro del consejo de administración de la Companhia das Docas do Porto e Caminhos de Ferro Peninsulares y eso le permitía viajar gratis. En Espinho, cerca de Oporto, pasó varios veranos y allí se hizo amigo del doctor Laranjeira, de quien tomó muchas de las ideas que le llevaron a considerar a Portugal como “un pueblo de suicidas”. En Espinho, gracias a la nueva línea ferroviaria, veraneaba una abundante colonia española, de la que formaban parte Gregorio Martínez Sierra y María de la O Lejárraga. Allí vivieron “jornadas de mucha actividad teatral”, alejados de la maledicencia madrileña para esconder “su matrimonio homosexual y de conveniencia” (de conveniencia, sí –ella escribía lo que él firmaba y promocionaba–, pero ¿homosexual?). Según nos cuenta Agustín Remesal, el doctor Laranjeira habría participado con ellos en “una escena de amor perverso a trío”. Poco verosímil resulta tal afirmación.
El verano de 1914, el del comienzo de la Gran Guerra, lo pasó Unamuno en Figueira da Foz. Esa estancia supuso un punto y aparte en sus relaciones con Portugal. No volvería hasta 1935 y en condiciones muy distintas.
Los años de los frecuentes viajes de Unamuno a Portugal resultan decisivos para la historia del país. Son los años del regicidio (el reyy el príncipe heredero fueron asesinados en 1908) y la proclamación, en 1910, de la república. Cuando vuelve, el país es otro. La turbulencia y ingobernabilidad han desaparecido. Ahora es España la que se ha convertido en una república inestable, amenazada por los extremistas de uno y otro signo, mientras que Portugal vive en la tranquilidad del Estado Novo. La política cultural del salazarismo la lleva entonces Antonio Ferro, amigo de Pessoa y de los vanguardistas de Orpheu. Suya es la idea de reunir en Lisboa, para conmemorar el milenario de la ciudad, a lo más destacado de la intelectualidad europea. Y allá va también Unamuno, ciudadano de honor de la República española, que rechaza encontrarse con Salazar, pero que no tiene inconveniente en reunirse en Estoril con el general Sanjurjo, quien por entonces preparaba un golpe de Estado que tendría más éxito que el frustrado de agosto del 32.
Mucha historia, sobre todo historia olvidada, de España y de Portugal hay en este libro, en el que los viajes de ayer, protagonizados por Unamuno, se alternan con los de hoy y en el que a lo vivido y lo leído se añaden diálogos y situaciones recreados con bien informada imaginación. Un libro para los admiradores de Unamuno, para los amantes de Portugal, para quienes gustan de los viajes en el espacio y en el tiempo.